sábado, 12 de febrero de 2022

El incidente del Laconia

 Gran conmoción causó el hundimiento del trasatlántico “Laconia”, de la Cunard White Line Star de 19.965 toneladas. Esta nave, antes de la guerra, cubría la línea de pasajeros entre Southampton y Nueva York, pero en 1939 fue transformado para la conducción de tropas; muchos de sus camarotes fueron eliminados y los espacios destinados para que los soldados que transportaría colgaran coyes, dejando solamente algunas cabinas para los oficiales y civiles. Estaba poderosamente artillado con catorce cañones y navegaba al mando del Capitán Rudolf Sharp.

Había zarpado de Suez llevando 463 oficiales en calidad de pasajeros, 286 militares ingleses, 103 guardianes polacos, 80 mujeres y niños, familiares de los soldados británicos y 1.800 prisioneros de guerra italianos, de las divisiones Ariete, Brescia, Pavia, Trento, Trieste y Sabratha tomados en el primer enfrentamiento de El Alamein2. El 12 de septiembre de 1942, navegaba a unas 800 millas al sur de Freetown en la costa occidental de África, de regreso a Gran Bretaña a 16 nudos de velocidad. Durante el viaje de ida, transportando tropas británicas, había sido escoltado por una verdadera flota de buques de guerra, pero su regreso lo hacía solo.

En la mañana de ese día, el barco fue avistado por el Oficial de Guardia del submarino alemán U-156 que estaba al mando del Capitán Werner Hartenstein. Indiscutiblemente la nave constituía un objetivo militar; se dedicaba al transporte de tropas, lucía un pabellón enemigo, navegaba zigzagueando para evitar ataques de submarinos, y estaba armado con cañones de 4,7” y con baterías antiaéreas de 3”.

Todo hacía pensar que el ex trasatlántico realizaba otro de sus viajes de transporte de tropas como lo había sido durante los dos años anteriores, por lo que el submarino lo siguió hasta que anocheciera y entonces afloró a la superficie y le asestó dos torpedos en el centro de la nave. A pesar que el “Laconia” tenía botes y balsas para 2.700 personas, los impactos lo hicieron escorarse a babor y prácticamente dejarlo imposibilitado de arriar las embarcaciones de esa banda.

Los pasajeros y los prisioneros italianos corrían por cubierta para alcanzar alguna de las embarcaciones, pero el personal británico de la nave impedía que éstos accedieran a ellas, tratando de ocuparla con sus compatriotas. Los últimos náufragos y los presos saltaron al agua para nadar tratando de llegar a alguno de los botes, pero sus ocupantes rechazaban a los últimos. El U-156 se aproximó prudentemente y no tardó en divisar a los primeros náufragos. Subidos a bordo del submarino, uno de ellos que hablaba alemán, explicó que en el buque hundido se encontraban más de mil prisioneros de guerra italianos. Los polacos que los custodiaban no habían abierto sus compartimientos después de la explosión del torpedo. Los italianos, que a pesar de ello, lograron salir y alcanzar las embarcaciones de rescate fueron ametrallados. Lograron subir a bordo del submarino alemán cerca de cien hombres.

El Capitán Hartenstein quedó horrorizado al ver cientos de sobrevivientes nadando, tratando de salvarse y montó una notable operación de rescate, manteniéndose en superficie durante dos días consecutivos y solicitó por radio la ayuda de buques de cualquier nacionalidad que navegaran en el área.

Actuando por propia iniciativa, hizo un llamado, por frecuencias marinas internacionales y en inglés a todos los barcos en los alrededores solicitando asistencia y dando las coordenadasdel lugar del naufragio del “Laconia”, comprometiéndose a no atacar, el cual fue captado por los británicos en Freetown, pero lo descartaron por considerar que debía tratarse de una trampa para atraerlos.

Con la claridad de la luna y un foco que iluminó la escena, pudieron contarse veintidós embarcaciones de salvamento y un número de hombres, imposible de precisar su cantidad, que se agitaban en el agua pidiendo auxilio, por lo que Werner Hartenstein, al ver tanta gente en tan horrible situación, no dudó en tratar de salvarlos y subirlos al submarino, pero habían muchos más en el agua que ya no tenían cabida a bordo.

En su comunicación con el Almirante Dönitz logró convencerlo que enviara auxilio al lugar, por lo que éste dispuso que dos submarinos alemanes y uno italiano se encargaran del salvamento y mientras llegaban, además de embarcar a los náufragos que se encontraban en el agua, hizo reunir a más de veinte botes y a un gran número de balsas, amarrándolas a su nave.

En la cubierta del U-156, atestada con cuatrocientos sobrevivientes, algunos presentando mordeduras de tiburón, el cocinero trabajaba sin descanso para ofrecer una taza de sopa caliente a cuantos pudiera, mientras llegaban al lugar los submarinos que había enviado Dönitz, para lo cual debían transcurrir por lo menos dos días.

Antes del mediodía del 15 de septiembre, se le unió el U-506 al mando de Erich Würdeman y horas después el U-507 al mando de Harro Schacht además del submarino italiano “Cappellini”, comandado por el Teniente de Navío Marco Revedin. Los cuatro submarinos, con lanchas a remolque y cientos de supervivientes en cubierta tomaron rumbo a la costa de África para encontrarse con barcos de guerra de la Francia de Vichy que habían zarpado de Dahomey y Senegal.

En la mañana del 16 de septiembre apareció en el aire un avión Liberator B-24 norteamericano que avistó al U-156 en la superficie e informó que el submarino tenía envuelta alrededor de la torrecilla de mando una bandera de la Cruz Roja y, al parecer, llevaba cuatro botes salvavidas a remolque.

Los cuatro submarinos habían enarbolado banderas con una cruz roja sobre los cañones. Hartenstein le envió señales al piloto solicitándole ayuda.

El bombardero B-24 procedía de la isla Ascensión y volaba al mando del Teniente James D. Harden, quien dio vuelta y notificó a su base sobre la situación. El oficial superior de guardia en Ascensión en esos momentos, Capitán Robert C. Richardson III, ordenó al teniente hundir los submarinos, a pesar de los sobrevivientes a bordo y de los que eran remolcados. Harden regresó al lugar donde navegaban los submarinos y atacó con bombas y cargas de profundidad. Una de las bombas cayó directamente en una de las lanchas remolcadas detrás del U-156. Hartenstein no tuvo otra opción que soltar las amarras de remolque y ordenar a los náufragos que estaban en cubierta saltar al agua, recomendándoles que se mantuvieran unidos y pasándoles pan envasado, sopa y una botella de vino. El submarino se sumergió y escapó. Con el ataque aéreo muchos otros sobrevivientes del “Laconia” murieron.

Al día siguiente el incidente se repitió con otro submarino con náufragos a bordo en la zona, aún a la vista de la insignia de la Cruz Roja; ello determinaría la futura actitud de los submarinos alemanes de abandonar a los náufragos de los futuros ataques. Después de haber aceptado el Almirante Dönitz la solicitud de ayudar a los náufragos que le había hecho Hartenstein y ordenar el envío de los otros submarinos en su ayuda, tal vez a causa del ataque del avión norteamericano, varió totalmente su posición y cuando los últimos sobrevivientes estaban todavía siendo recogidos, Dönitz ordenó a sus comandantes: “Cualquier intento de rescatar a las tripulaciones de los buques hundidos cesará de inmediato”, luego hacía presente que no se podía ayudar a nadie a subir a los botes salvavidas, había que dejar a los marineros en el agua y, bajo ninguna circunstancia debía proporcionárseles comida ni agua a los sobrevivientes pues “tales actividades se contradicen con el objetivo primordial de la guerra; a saber: la destrucción de los barcos enemigos y de sus tripulaciones”.

El 17 de septiembre de 1942, el almirante trasmitió a sus submarinos: “Es completamente desatinado creer que el enemigo puede respetar a los submarinos alemanes en cualquier forma bajo el pretexto de que aquéllos salven a sus propios hombres...”; finaliza el mensaje con la prohibición de proceder a operaciones de salvamento. A pesar de ello, los alemanes cumplieron su promesa de no atacar a los buques de salvamento y seis días después del naufragio 1.100 sobrevivientes fueron rescatados por un buque de la Francia Libre.


Fuente y agradecimiento: German Bravo Valdivieso (fragmento).

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